La ciudad de arte y libros
Era un domingo
cualquiera para muchos, sin embargo para mí no fue así. Desde temprano,
alistaba mi mochila cargando mi entrañable cámara y una libreta que había
comprado en el Museo Nacional de Arte de la Ciudad de México, con una imagen de
la pintura “La Cacería” impresa en la portada del pintor José María Velasco. Mi
admiración por el artista mexiquense siempre me ha cautivado, desde pequeña me
parecía único la manera que tuvo de plasmar con pinceladas la belleza
paisajística de nuestro Estado o sitios cercanos a él como los pueblos de
Hidalgo. Después de pasar más de dos horas entre el Museo Felipe Santiago
Gutiérrez y el magnífico Luis Nishizawa, me dirigí a la librería de la esquina con
una historia de más de 30 años portada por sus guardianes, el señor Alfonso y
la señora Leo.
Veinticinco años de mi
vida sin haber entrado a tan mágico lugar, la consideré una de las peores
fallas hacia mi cultura y mi corazón Toluqueño. Mi primer encuentro con los
estantes cargados de cientos de libros, me transportó a una época en donde el
tiempo parecía pasar más lento, por allá de los años 60 a los 80, incluso
cuando se creía que estábamos en momentos de revolución y confrontaciones. Un
olor a experiencia me abrazó en cada uno de los segundos que permanecí adentro,
mi intención era tardarme diez minutos, no obstante fueron más de 30 y eso
porque ya se llegaba la hora de cerrar.
Como turista, uno debe de tener la intención de alimentarse mentalmente y espiritualmente a través de tener un acercamiento con la gente que ha vivido intensamente incontables momentos en el sitio que visitas. Mi filosofía de viajera, va más allá de solo pisar los lugares emblemáticos o los más bonitos -clasificados así por los ojos de muchos, varias veces con intereses propios-, ir en todo momento lejos de lo común, pisar senderos que me conduzcan a inimaginables escenarios y a personajes que son tan ricos en términos culturales, así como cuando lees un libro de los escritores clásicos.
Me encontré primero con
una obra de José Revueltas teniendo un precio encantador que pocas veces ubicas
en librerías comunes –¡baratísimo!-. De inmediato se vinieron a mi mente
palabras evocadas por él en aquella carta contestada a su hermana en 1934,
mientras estaba en el penal de las Islas Marías por participar en una huelga
agrícola:
Mi contestación sería la de siempre: no pienso, no he pensado, ni pensaré cambiar de manera de ser.
Vaya que en ese
momento, me caían como anillo al dedo. ¿Hace cuánto que no hallaba un libro de
un escritor pocas veces recordado en mi generación y peor aún, en la generación
de ahora? De repente, en una sección que es más bien un revistero, vi un montón
de ejemplares pasados de Proceso, de la Jornada celebrando su 25 aniversario y
una revista que me parece fascinante de la Universidad Autónoma de la Ciudad de
México, en la cual el pasado agosto dedicaron su edición al admirado y gran
maestro Carlos Monsiváis, indudablemente la compré.
Posteriormente vi
libros para niños sobre escritores mexicanos como Octavio Paz o un número
notable de obras sobre uno de mis autores favoritos en sus versiones en español
como Paul Auster, del cual salió una de las conversaciones más maravillosas de
muchos de mis días en la ciudad. Mi primera pregunta a Don Alfonso fue: ¿disculpe,
tiene libros en inglés? De donde desencadenaron un abanico de pensamientos sobre
mi generación y nuestro poco interés por ser pacientes para obtener cualquier
objeto, en este caso, un libro. Comenzó contándome su historia como vendedor y
compartimos una serie de opiniones sobre escritores como Yañez, el mismo
Revueltas, Castellanos y Rulfo. Me sentí como pez en el agua, sus evocaciones
me llevaron a conocer a Toluca con un estilo literario que estoy segura, poco
se tiene la fortuna de encontrar, afirmé una vez más que mi ciudad es riqueza
cultural y social. Cuánto deseo que todos la conozcan pronto y agradezco por
supuesto su tiempo Don Alfonso, con la promesa de que haré todo lo posible para
que mi generación regrese al gusto de leer, leer y crecer.
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