Milagrosa Santa Veracruz
En palabras de López Velarde “Toluca es la provincia, la
provincia es la Patria”. Maravillosa Patria que es constituida por fascinantes
hechos y leyendas. Toluca tiene una amplia antología de historias que muy poco
han sido contadas, por lo tanto aquí conocerás qué hay detrás del hermoso
templo de la Santa Veracruz, que guarda no solo aquel relato de que su Cristo
es milagroso, sino que está conformada de una historia mágica.
Costando tan solo 30 pesos, la efigie del Cristo Negro trajo
consigo un acervo de milagros desde su llegada a Toluca. Dos jóvenes de aspecto
luciente y poco contemplado en esta tierra, lo ofrecieron a un vecino, por
supuesto que por el precio increíble, aceptó. Mientras contaba las monedas de
su bolsillo repentinamente los muchachos de cara angelical se esfumaron,
dejando sin remedio al Cristo. El curioso vecino lo llevó a la parroquia en
donde el sacerdote la tomó con gracia para acompañar las plegarias y rezos del
día a día de los fieles peregrinos, colocándola en lo más alto del altar.
El 13 de diciembre de 1733 se colocó la primera piedra del
Templo, sin embargo el mayordomo Don Bernardo Serrano debía de saldar deudas
con los Franciscanos dueños del terreno, para permitirle continuar con la construcción,
ya que el Rey de España con dureza impedía que la tierra se gobernara como cualquier
civil deseara. Don Serrano al ser de peso considerable en el Valle de Toluca,
hablando en aspectos económicos, claramente, mandó así sin más a su sobrino
Pablo Arce a España para que combatiera con fuerza y todo litigio posible, apaciguar
las negaciones de los aferrados Franciscanos.
No obstante y para “documentar el optimismo” cual frase a la
Monsiváis, después de culminar su edificación 36 años después, los frailes con necedad,
se opusieron nuevamente. Esta vez era el Cristo al que no deseaban que
estuviera en lo más alto del Templo, ya que por muy creyentes, se daban el
derecho de negar la presencia del propio
Dios. ¡Vaya poder! Empero, los labradores unieron fuerzas luchando por sus
esfuerzos dedicados a la construcción y lograron que la terquedad franciscana
se derrocara, por supuesto, aceptaron solamente bajo condiciones. ¿Algo tenían
que ganar, no?
Después de batallas y constantes confrontaciones, por fin el
Cristo Negro, como también se conoce por su aspecto, fue protegido por el clero
secular de aquel entonces, conformado por los padres Juan Manuel Escudero e
Ignacio, quienes fueron fieles creyentes de su gracia y misericordia milagrosa.
Claro, es necesario relatar que su aspecto único es derivado de un sincretismo
digno representante de nuestra mixtura cultural: el Dios Opochtli prehispánico
y el Cristo de los conquistadores.
Como dato curioso que añade magia al Templo, está el de su
maravilloso reloj, quien recorrió los caminos de Tenancingo al pertenecer al
convento de Carmelitas del Santo Desierto del Municipio, de ahí siguió hasta
Tlalpan y de Tlalpan hasta la bóveda del Templo de nuestra ciudad.
Es cierto, también hay muchos hijos de Dios, que han
mantenido durante muchas generaciones la leyenda de que cada año el Cristo
agacha su cabeza en dirección a sus piernas, indicando que entre más se
acerque a sus rodillas, es señal del fin de nuestros días. Lo cierto es que ya
ha pasado las batallas de incontables sucesos terribles en los que hemos jurado
que se extinguirá la vida como aquella del calendario Maya o uno que otro meteorito
amenazante, pero la vida es perpetuada porque nuestro divino Señor aún está más
en dirección al cielo que a sus piernas.
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