La mejor época del año
La mejor época para
recorrer las calles de Toluca es en diciembre. La ciudad se postra ante
nosotros con su mejor traje, con la imagen más estremecedora y cautivadora de
todas. ¿Por qué? Tal vez será una pregunta que surja en estos momentos. Detente
un momento y conversemos entre líneas la respuesta.
El sonido de los
pájaros resuenan afuera de mi ventana, las seis de la mañana, mi cerebro da la
alerta para despertar y comenzar con mi día. Trato de guardad un poco de calma,
me regocijo y bendigo la dicha de contar con unas sábanas que me cubren de los
0° que se presentan en el termómetro. Con valentía pongo un pie afuera, inicia
la rutina robótica de hacer ejercicio, bañarse, vestirse y comer algo.
Uno de los viajeros más
especiales me acompaña con apego extraordinario, “El arte de la fuga” de Sergio
Pitol, me cuenta una y otra vez la delicadeza de admirar y dejarse sorprender
por los pequeños detalles que resultan de lo cotidiano. Una libreta sin falta y
un bolígrafo que desde siempre es uno de mis mejores amigos. La gente se
percibe tranquila, no hay prisas a las nueve de la mañana en las calles. La
mayoría se encuentra disfrutando de sus familias, celebrando las merecidas
vacaciones después de un año laboral que nos presiona cada vez un poco más.
Todo transcurre en
cámara lenta, incluso los paseos más transitados. La gente saluda con un
sorpresivo y sumamente agradecido “buenos días”. Los habitantes de Toluca no son
nada fríos, lo son los que miran con ojos desleales. En las esquinas se admiran
rebosantes los puestos de tamales que emiten un humo pleno de ese olor glorioso
que a cualquiera levanta el ánimo y sobre todo el apetito.
-Un atole de guayaba, Doña Soco.-Su tamal de rajas con queso en torta, ¿verda’ joven?-Sí, por favor. Ya sabe que no le puedo fallar a ese.
Mi sonrisa se dibuja en
mi boca, mi gente está bien, no le hace falta el ímpetu de seguir por su día a
día y conseguir por lo menos un victorioso inicio de su jornada. Los pocos
trabajadores que parecen “los raros” y a la vez “los superhéroes” del
territorio, por despertarse temprano y salir a trabajar cuando la mayoría se
queda sin pensarlo dos veces a descansar esos cinco minutos que tanto se
posponen de lunes a viernes y si mal nos va, los sábados y domingos también.
Piso la calle de Independencia
con la paz que desean todos a las seis de la tarde de un miércoles común. El
sol comienza a calentarnos las manos que despiadadamente la neblina mañanera
nos congela. Observo uno que otro niño contentísimo de la mano de su mamá, no habrá
tarea que atender en el día. Pareciera que ha llegado nuestro mejor momento. De
los vitrales del Cosmovitral resaltan fluorescentes los rayos del mismo sol.
Inician las vendimias de suéteres, de bufandas hechas a mano por mujeres
mazahuas que recorren más de dos horas desde su pueblo de Ixtlahuaca hasta la
capital.
Atravieso los ahora
blancos Portales, tan relucientes como la nieve que de poco a poco se postra en
el Xinantecatl. No cabe duda, estamos por fin sincronizados. Las cafeterías me
dan sus mejores ofertas: un Americano con un cuernito y 2 x 1 en los chocolates
con churros. Han llegado sus mejores ventas del año, se esperó con tanta paciencia
durante once meses. “Y si consumes dos cappuccinos, el tercero sale gratis” me
dice un muchacho mesero de uno de ellos.
Me voy acercando al
antiguo espacio llamado “calle del maíz” por allá del 1911, el cual ahora es
conocido como “Andador Constitución”, mis ojos se deslumbran con un adorno
peculiar repleto de piñatas y tiritas de papeles de colores. En Toluca también
se admiran las estrellas. Me encuentro con una pareja alemana. ¿Alemania?
-Excuse me. Do you know where is the Cathedral? Ella pregunta.- I’ll take you there! Where are you from?-Germany. Él responde.-Oh! Have you tried atole yet? Cuestioné atrevidamente.
Regresé. “Dos de rajas
con queso, por favor.” Iniciaba apenas mi viaje.
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