Mercado Morelos
Cincuenta y cinco años
han pasado desde la primera vez que nuestros tíos y abuelos pisaron por primera
vez este recinto carnavalesco, que invade los ojos de un color vivido y
fluorescente en cada una de sus esquinas. El Mercado Morelos de la ciudad de
Toluca es un espacio que va mucho más allá de pasillos llenos de alimentos y
gritos celebratorios de “pásele, güerita. ¿Qué se le ofrece?” Así que me
gustaría que lo disfruten a través de las letras conmigo.
Nuestro querido
escritor Alfonso Reyes decía: “hay que interesarse por las anécdotas. Lo menos
que hacen es divertirnos. Nos ayudan a vivir, a olvidar por unos instantes:
¿hay mayor piedad? Hay que interesarse por los recuerdos, harina que da nuestro
molino”. Entre esa harina que da nuestro molino, uno de mis mejores recuerdos
actuales fue cuando me encontré un día martes, si no mal lo recuerdo, caminando
por una de las calles más transitadas de Toluca: Venustiano Carranza. Tenía
planeado seguir con uno de mis proyectos fotográficos sobre la gente de la
ciudad y me pareció escuchar un festival musical maravilloso que parecía fiesta
de boda o un asunto un tanto similar, decidí entrar y el mundo se tornó en una
dimensión que solo los mexicanos podemos entender.
El aroma de las
florerías que rebosantes siempre están en la entrada, contando con todo tipo de
flores, desde tulipanes hasta rosas, de rosas hasta agapandos, todos en
conjunto alegran sin remedio el alma de cualquiera. Al pasar por ahí, las
sonrisas de las amas de casa se dibujan suavemente en su rostro, el espíritu se
engrandece y caminan con un compas peculiar para llegar a la siguiente sección
de verduras y frutas ordenadas tan espectacularmente que el iris de los ojos se
iluminan. Manzanas rojas, verdes y amarillas, melones, papayas y sandías, toda
una fiesta folclórica en donde del techo cuelgan las piñatas que nunca pueden
faltar para la fiesta de los niños.
Los vendedores se
pelean para que elijas uno de tantos y te decidas a comprar ese kilo de guayaba
que con apariencia perfecta, te suplica comerlas. Entrar ahí es un cuento de
niños en donde las letras parecen sobrar porque los dibujos captan la atención
sin piedad. De pronto al avanzar un poco más, las señoras culpables de un aroma
exquisito de quesadillas de hongos y una gordita de haba que indudablemente se
antoja a la primera mirada, un tipo de amor a primera vista, se dedican a
enamorar el paladar de los visitantes. Entendido está que ellas no necesitan
alzar la voz para que te sientes en uno de sus bancos y degustes sus deliciosos
guisados.
220 comerciantes existentes
en el mercado, dicen los datos del recinto, son las doscientas voces que
engalanan cada pasillo, creadores de un ambiente mágico que poco se encuentra
en otro lado de la ciudad. Los carniceros, los polleros y los que venden
pescado fresco, son fieles guardianes de los compradores, quienes con cautela
aplanan pechugas y hacen cortes a las partes más sabrosas del puerco para un
pozole que nunca sobra y siempre cae bien con unas tostadas y un poco de crema
en ellas.
Los mercados en México tienen
su origen desde los Olmecas, los cuales fueron la primera cultura en nuestro
país, ellos trataron de llegar hasta el centro de la República para hacer los
primeros intercambios de mercancías en la época prehispánica. Nuestros
fantásticos espacios de venta de alimentos, flores, animales e incluso ropa, es
de los patrimonios más bellos que conservamos aún. Cualquiera sabe que un destino
se conoce a través de comer en este tipo de lugares, el mejor contacto con la
población local está en ellos, la diversidad de lenguaje y la riqueza cultural
que contienen, es para mantener una envidia de regocijo constante.
Mi día en el Mercado “José
María Morelos y Pavón”, me trajo no solo luz al alma, sino un apapacho al
corazón, haciéndome afirmar nuevamente que no hay país más hermoso que México.
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